El blog

Dicen que ser escritor es poseer un alma atormentada e incomprendida, que no haya su lugar en el mundo y cuyas letras demuestran la tristeza, quizá no esté tan desencaminados. Bievenidos a mi pequeño rincón.


martes, 12 de mayo de 2015

El ladrón


     Harto, hastiado y cansado, así era como se sentía, que sí llevar esto a menganito, que sí regresar aquello, trasladar este ganado, conducir a las almas y bla, bla, bla…¿Es qué nadie pensaba en él? ¿En lo que se sentía? ¡No era un cartero de tres al cuarto! ¡No era un maldito billete al más allá! ¡Y no era un vulgar ladrón! ¿Por qué lo trataban como si su rango fuera inferior? ¡Había inventando la lira! ¡Li-ra! Si no hubiera sido por él, su hermano no tendría música con la que deleitar, pero claro, él era el niño bonito al que todos adoraban ¡Ni que brillara como el sol! Suspiró irritado mientras escuchaba algunas plegarias en su honor, los mortales siempre estaban igual, queremos esto, lo otro y aquello también ¿Por qué no hacían nada por sí mismos? Necesitaban ayuda para todo ¿Me caso con el príncipe o con el hijo del herrero? ¿Tendré un hijo varón? Y más y más preguntas inútiles y sin sentido, de verdad que estaba cansado y aburrido, quería hacer algo emocionante, tener aventuras y no dedicarse a ayudar a simples ladrones, valía más que eso.
Cerró los ojos mientras se recostaba en el diván, alargó su mano derecha hacia la mesita que estaba a su lado, tomó el racimo de uvas y empezó a comer una a una, no tenía pensado moverse de allí en todo el día, ya podría acontecer otra guerra de Troya, como mínimo, para que se levantara de allí. Iris podía encargarse de enviar los mensajes a los dioses y Pan, su bien amado hijo, de trasladar el rebaño. Él descansaría e intentaría relajarse, algo que no hacía en bastante tiempo, pues siempre había algo que hacer, sobre todo para un dios con sus atributos ¿Quién le mandaría a él ser el heraldo divino? ¿Quién le mandaría ser el billete al Inframundo? ¡Con lo feliz que era representando la elocuencia! Ah, suspiró mientras el dulzor de la uva invadía su boca, los pequeños placeres de la vida, no había que sobrevalorarlos.
- Tanto suspiro va hacer que pensemos que padeces mal de amores, sobrino - la figura de un hombre había aparecido en el salón, este poseía una magnética mirada azul oscura, su piel estaba bronceada y su pelo, poseía un azul más claro - ¿No deberías estar trabajando?
- No estoy de humor para acertijos, tío - dijo sarcástico y con ironía, lo último que quería era tener que escuchar las tonterías que el otro dios decía, no no, el no tenía mal de amores, simplemente esta frustrado con su propia divinidad, eran dos cosas distintas.
- Eso dices, pero los dos os quejáis de Apolo, es curioso, viendo que ambos representáis la elocuencia y el buen discurso ¿No crees? - el hombre sonrió de medio lado, le gustaba pinchar a su sobrino, era uno de sus favoritos y a sus favoritos les molestaba por deporte - por cierto, ha ganado su última batalla contra Ares, con un cambio de estrategia que nos ha sorprendido a todos ¿Qué crees que le ha hecha cambiar Hermes? - el susodicho abrió los ojos y miró a su tío, sus palabras habían conseguido agitarle, aunque no lo demostraba externamente. Era cierto, Atenea había logrado otra victoria para los atenienses pero el modo de ganar, era algo que le preocupaba, su última estrategia no demostraba la fría lógica con la que ella actuaba. Él la había visto desesperada frente al tablero que usaba para diseñar sus batallas, la había tapado con un manta cuando esta se había dormido, provocado por una coalición Ares-Hebe-Hypnos, preocupados por la diosa que llevaba tiempo sin descansar.
- ¿Y sí ella no nos sorprende, quién lo hará? - se sentó en el diván dejando las uvas en el plato - es Atenea, la sapientísima, la que inspira filósofos, la señora de la guerra. Tú te enfrentaste a ella por Ática, deberías saberlo tío - esta vez fue él quien sonrió al ver la expresión de su tío. Hermes no sólo era un ladrón, él estaba versado en el discurso y la dialéctica, era él quien entablaba largos y ardientes debates con Atenea, ganarle a él en el habla era difícil y su tío acaba de encontrarse con la horma de sus sandalia.
Cuando no recibió respuesta alguna, se levantó y con paso tranquilo salió del salón. Se atusó los cabellos castaños mientras sonreía ¡Qué bien le sentaba ganar! Y dejar con la palabra en la boca a cualquiera, una risilla salió de sus labios, ya se encontraba de mejor humor, aunque eso no iba impedir que siguiera despotricando de su hermano Apolo, esta vez debatiría sobre él con su hermana. La próxima vez que Poseidón se quisiera meter con él, lo pensaría dos veces, porque él era Hermes, el orador.

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