Apoyó la cabeza en sus
manos mientras suspiraba con desanimo, ya había perdido la noción de tiempo, ni
recordaba cuanto llevaba ahí sentada, mirando el tablero de ajedrez, esperando,
como sí las piezas fueran a cobrar vida mágicamente y empezar a pelear entre
sí...No estaría mal, le daría un poco de emoción al juego, la teatralidad no
era mala, el drama, la comedia, el perfecto don de la interpretación o eso,
decía su hermano. Él lo tenía fácil, sólo debía tocar la lira, inspirar a los
poetas, guiar las interpretaciones teatrales, sí, era verdad que de vez en
cuando decía alguna profecía o debía ir de aquí para allá curando,
pero tampoco era para tanto, no es como si de él dependiera toda una guerra
¡Ja! No, era de ella de quien dependía la guerra, de ella y su cabeza. Se
masajeo las sienes con irritación, estaba cansada, no se le ocurría nada,
ninguna estrategia surgía en su mente ¿Y cómo iba a hacerlo? El enemigo había
demostrado ser formidable, la astucia de su general le recordaba a Odiseo… ¡Oh
Odiseo! Su favorito, aquel que poseía la mente más rápida ¿Qué diría ahora sí
la viera? ¡Ella! ¡La grande! ¡La señora de la guerra! “¡Oh creatividad! ¿Por qué
me abandonas a mi suerte?” Suerte, la suerte no era un factor determinante en
las guerras, la suerte no ganaba batallas, no salvaba vidas, la suerte era
superflua, algo meramente decorativo pero ¿Qué otra cosa explicaba tales
hazañas? Nunca hubiera pensado, nunca hubiera creído que detrás de ese carácter
violente y bruto, se escondería una mente brillante ¡Quién lo hubiera
imaginado! ¡Ni Sibil vaticinaría algo así! Revolvió sus cabellos castaños, desordenando
sus ya de por sí desordenadas ondas, quería descansar, cerrar los ojos y dejar
que Morfeo le otorgara dulces sueños, ya hacía días que esquivaba sus visitas,
hasta Hipnos había ido a verla, preocupada por su falta de sueño, pero tampoco
había logrado convencer a la testaruda mujer. Dirigió su mirada a la copa llena
de Ambrosía, la recordaba vacía, tal vez Hebe se la había llenado y ni cuenta
se había dado. La cogió con la mano, llevando el fino cristal a sus labios, el
dulzor del líquido saturó sus sentidos, no pudo evitar cerrar sus ojos ante
tanta exquisitez, no había palabras suficientes para describir el sabor de la
Ambrosía, tampoco para definir lo que provocaba. Un sopor la invadió, lo copa
se cayó, rompiéndose en mil pedazos, el mármol se vio manchando por el color de
la bebida así como, los cristales esparcidos por todo el lugar. Entrecerró los
ojos, las figuras de ajedrez tomaron vida, pues se estaban moviendo sin ton ni
son, al igual que el tablero, lo veía cada vez más cerca, hasta que ya no vio
nada, todo estaba negro. La cabeza de la mujer había caído sobre sus brazos,
evitando que se diera un duro golpe contra la mesa de piedra, hubiera dolido de
habérselo dado. Su respiración se volvió más lenta, acompasada y su rostro
mostró serenidad, una que hacía tiempo que no sentía, estaba dormida y no fue
Morfeo o Hipnos quien la esperaba en el mundo onírico, sino otra figura que
conocía bien. Un hombre moreno, con el cabello rizado y negro, una pequeña
barba, seguramente de unos tres días no más, no llevaba la lanza ni el escudo,
es más, iba desarmado, a primera vista, cosa rara en él. Ella frunció
ligeramente el cejo, no esperaba verlo allí, no esperaba verlo en ningún lado
más que en el campo de batalla, le estaba dando muchos quebraderos de cabeza.
Desconocía aquella faceta suya, realmente… ¿Qué conocía de él? Nunca se había
parada a tener un conversación con él…una donde no hubiera insultos y acabaran
los dos peleando, no podían evitarlo, o eso creía. Miró a su alrededor, estaban
en jardín encantador, había algunas columnas rotas aquí y allá, al igual que
unas cuantas ninfas, ninguna osó acercarse, sabían quiénes eran y sabían de lo
que eran capaces.
- ¿No crees que deberías dormir? A
este paso dejarán de llamarte sapientísima, para llamarte tontísima, no eres infalible
sino descansas, así no serás nada útil en la batalla y todo será aburrido - se sentó en el césped y se estiró, no estaba
allí para pelear con ella
- Me has sorprendido con tus
tácticas, eso es todo… - murmuró la mujer con leve rubor en sus mejillas, al
ver que él otro se sentaba, tomó asiento, aunque un poco alejada de él
- Todos tenemos nuestros trucos y no
todo es blanco ni negro, no sólo soy un bruto que lucha sin ton ni son ¿Sabes?
También tengo cabeza ¿Por qué no pruebas algo diferente? Como yo he hecho para
dormirte, una estratagema – dicho esto se acercó a ella, depositando un beso en
su sien y desapareciendo.
La mujer despertó ¿Cuánto había
pasado desde que se había quedado dormida? Se fijó en las piezas de ajedrez,
las negras, su rival, estaban pulverizadas, se levantó a toda prisa, cayendo de
sus hombros la manta que la estaba tapando, no se había dado cuenta. Sólo una
palabra llegó a su mente, un nombre…
Ares